Las muertes chiquitas
Sobre los ataques de pánico, los abismos a los que nos lleva el dolor, la herida neurodisidente y el libro Las muertes Chiquitas de Margarita Posada
Caminar con la herida abierta, herida que se abre, abismo que abre sus fauces, caminar y hacer equilibrismos para no venirnos abajo. Aún así a veces nos caemos.
La semana pasada (que ya no es la pasada sino hace como 3 o 4) terminé el libro Las muertes chiquitas de Margarita Posada y escribí un poquito sobre eso, lo que no había visto es que yo estaba atravesando una de esas muertes chiquitas. Hacia el final de la semana pude hacer un reel en instagram hablando de lo doloroso que es lidiar con la complacencia, el terror a la confrontación y al error como forma aprendida de navegar mis disfuncionalidades ejecutivas.
No sabía, aunque sí me había sentido ansiosa y aterrada, que se avecinaba un ataque de pánico. Los ataques de pánico son viejos conocidos: llevo décadas acompañándolos, peleando con ellos cuando se apoderan en cuerpo y alma de los niños que cuido o de las personas que he amado. Pocas veces los he sentido apoderarse de mi cuerpo porque de tan bien que los conozco sé mantenerlos a raya, sé hacerme cargo y emplear todas las herramientas que me sé cuando la ansiedad que me acompaña quiere extralimitarse y hacerse dueña de mi cuerpo completo. Aún así en el último tiempo, sin aviso o porque de tanto ruido que hay no he escuchado los avisos, han venido a hacerme sentir la muerte chiquita porque no sé como más llamar a esto que nos pasa cuando tenemos un ataque de pánico que una pequeña muerte: Mi profesora de psiquiatría decía “Uno literalmente siente que se va a morir” Y sí, justo así se siente.
Lo que debemos recordar siempre es que son máximo 15 minutos en el infierno, no dura más que eso. Vamos a salir.
Arrastrar heridas, dolores y navegar la vida en un mundo lleno de ruido a veces nos entrega a esas pequeñas muertes: escribía hace poco un intento de poema que no logré terminar:
Ruido
Y el estómago en llamas
Los ojos que se desbordan
(pero solo cuando nadie los ve)
es difícil ser río y magma ardor y lágrima
Es difícil poder ver que estamos siendo o necesitando der río, ardor y lágrima en un mundo que nos llena de ruido, de afán, de aceleración, de cosas por hacer, lugares en los que estar y demandas de tantos tipos.
Amé muertes chiquitas porque Margarita Posada me hizo sentir sostenida en esa soledad profunda en la que tantas veces me he abismado, en correr con manía creyendo que estoy del otro lado para luego hundirme otra vez: con el peso de las decisiones mal tomadas. Con el peso de la culpa en la nuca, con el abismo que se abre entre mi corazón y mi garganta cuando los ojos no se inundan y todo se quiebra hacia adentro.
Escribía esto también para recordarles que en esas muertes chiquitas que son los ataques de pánico y las crisis depresivas hay muchas cosas que podemos hacer para no dejarnos tragar por el hueco.
El pánico, la ansiedad y el miedo son fríos y abrigarse es importante, tomar algo calientito e hidratarse: si sus mascotas o personas amadas pueden tomarles la mano eso ayuda a regular el pulso.
Bajar al cuerpo, enfocarse en la respiración en reconocer el entorno y decirnos que estamos a salvo, que ya casi pasa la ola, que vamos a estar bien.
Dejar que las lágrimas salgan porque el cuerpo es sabio y en ellas libera cortisol.
No voy a seguir dejando esto como borrador entonces se va así y que podamos ser ola, río y lágrima y no solamente muro que se quiebra.